El desencanto cubrió el final de la transición española. Se esfumaron muchas ilusiones. Eso sí, nos dieron el “destape”.Tras el intento de golpe de estado de Tejero, las transgresoras Ramblas de Barcelona callaron, solo resistió la movida madrileña. Sin embargo, si hubo un sector que no paró la marcha, esos fueron los gays. Por vez primera en nuestra historia podían divertirse a tope, sin miedo a las redadas y detenciones de muy pocos años antes. Se vaciaron los frentes de liberación y se llenaron las pistas de baile. Sitges rebosaba de turismo homosexual, pero en los primeros ochenta, de verano a verano, algunos extranjeros no volvían, habían enfermado o muerto. La prensa empezó a hablar de una extraña enfermedad que en los EEUU afectaba a heroinómanos, homosexuales, haitianos y hemofílicos. Aquí no pasaba nada, gays, sociedad e instituciones se lo miraban entre recelo e indiferencia. La juerga seguía. Ahora se cumplen cuatro décadas.