A tí
pensando en mi madre
Cuando tu voz se haya ido
y tu sonido se apague
y tus solemnes silencios
pervivan serenamente;
- Escrito por Jose Rodríguez Hesser
pensando en mi madre
Cuando tu voz se haya ido
y tu sonido se apague
y tus solemnes silencios
pervivan serenamente;
Fuertes como el ensueño, bajo la misma estrella
de amor ennoblecidos, los dos somos así:
por la lírica alfombra que nos sirve de huella
vamos cantando el himno de un hondo frenesí.
Reivindico el amor para exponerlo,
para agrandarlo,
para gritarlo con cualquiera.
En cualquier sitio enseñarlo.
Reivindico tu mano con su mano,
El cafetín se halla envuelto
en confusa niebla;
vese un rayo rojizo que sale
de entre la caldera.
Y un fornido mozo
Cada día, para albergar tu espacio,
amanezco por tu lado y en tu cama.
Obseso corazón que me reclama
instinto posesivo que no sacio.
No son vanas quimeras ni locas fantasías
de ensueño alucinado los trances del dolor...
los pechos comprimidos de insomnes costureras
que tosen y trabajan en mísera labor.
Allá van los pobres
seres explotados,
infelices ilotas que gimen
bajo el yugo de innoble trabajo;
suena el pito en la cuenca minera:
Como siempre, al entrar el invierno
despiadado, implacable, temido,
en la casa obrera queda sin trabajo,
por plazo impreciso,
el que gana el sustento de todos,
De dos en dos, unidos por las manos,
flacos y amarillentos como cera,
desfilan muchas veces por mi vera
secciones de indigentes hospicianos.
El marqués de Sade ha vuelto a entrar en el volcán en erupción
De donde había salido
Con sus hermosas manos todavía ornadas de flecos
Sus ojos de doncella
Y ese permanente razonamiento de sálvese quien pueda
¿Deberían ser olvidados los viejos amigos
y nunca recordarlos?
¿Deberían ser olvidados los viejos amigos
y los viejos tiempos?
Como se fue el maestro,
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió?... Sólo sabemos
Tebas, la de las Siete Puertas, ¿quién la construyó?
En los libros figuran los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió a construir otras tantas? ¿En qué casas
Tan lejanos tus ojos amor...
allá en el viento,
y la tarde cayendo misteriosa, dorada,
amor entre nosotros.
Tendiste tus manos hacia mi
para regalarme flores,
tan hermosas de colores
que nunca sentí ni vi.
Va cayendo la noche: La bruma
ha bajado a los montes el cielo:
Una lluvia menuda y monótona
humedece los árboles secos.
El rumor de sus gotas penetra
Llega el invierno. Espléndido dictado
me dan las lentas hojas
vestidas de silencio y amarillo.
Cuando por el duro invierno que tristemente vuelve
La nieve con sus largos copos cae, blanqueando el techo,
Permita que el gemido del tiempo la enfrente.
Por nuestros numerosos haces, ¡devuélvame la estrecha chimenea!
Abro a la mañana de un blanco lunes
la ventana, y la calle indiferente
roba entre su luz y sus rumores
mi presencia infrecuente entre las hojas.
Este moverme… en días totalmente
El cáñamo crujió. La angosta tabla
describió un arco horrible allá en la altura;
chocó el cuerpo de un hombre contra el muro,
oyóse un grito de mortal angustia,
y un cubo, dos pinceles y un obrero
cayeron á la par en la vía pública.
«Si alguno de los que me siguen no aborrece á su padre y madre y á la mujer y á los hijos y á los hermanos y hermanas, no puede ser mi discípulo.» (Ev. de San Lucas, cap. xiv, versículo 26.)
Sé que en algún lugar entre las nubes
he de hallar mi destino;
no odio a quienes son mis enemigos,
no amo a quienes debo defender;
mi país es Kiltartan Cross,
Luego, casi lista
y habiendo conseguido una figura esbelta,
en mitad de la danza, se desplomó
una pareja,
cayó hecha añicos.
Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Cada aurora -nos dicen- maquina maravillas
capaces de torcer la más terca fortuna;
hay pisadas humanas que han medido la luna
y el insomnio devasta los años y las millas.
Suaves nubes surcan el horizonte,
el invierno se despide de los robles,
sombras lúcidas
entre los ciruelos verdes.
Entre los pinos
la voz de Yogananda canta
y en tus pensamientos,
querido amigo,
nace el alba.
Estás enferma, ¡oh rosa!
El gusano invisible,
que vuela, por la noche,
en el aullar del viento,
descubrió tu lecho
Llamar al pan y que aparezca
sobre el mantel el pan de cada día;
darle al sudor lo suyo y darle al sueño
y al breve paraíso y al infierno
y al cuerpo y al minuto lo que piden;
Aún siento tu pulso.
Aún vibra en mí.
Sigue empujando mis latidos.
Lo siento y siento que lo sientes.
Lo hago entre el ruido ensordecedor de nuestros locos días
Te conocí en días de pandemia,
calles solitarias, risas cautivas,
el desconcierto en la mirada,
apenas susurrada la voz.
Un fino hilo etéreo, invisible
Se fueron las grullas
junto al invierno
Y las nubes negras
ya iban viniendo.
Frente al espejo y el sol, los ojos de mi madre,
su verde intenso,
su risa alegre.
Qué ternura tan suave hay en esta tarde de otoño.
El suelo forrado de un oro de hojas,
y suspiros lejanos que vienen,
a través de los árboles altos que lloran.
Entre tú y yo, el alma a un paso.
Reflejos suaves de color entre los dos.
Instante profundo, claro, tangible,
de algo a nuestro alcance.
Colores, confusión, duda, tristeza,
o ¿acaso amor?
Desde el viejo sillón, inquieta,
mira imágenes en color
que tornan a blanco y negro.
¡Hija! -grita desolada-
¡Huye! De nuevo cabalgan.