Aniversario de la Casa del Pueblo de Madrid
- Escrito por Juan Almela Meliá
- Publicado en Historia y Vida
El 28 de noviembre de 1908 se inauguraba la Casa del Pueblo de Madrid en la calle del Piamonte. En El Obrero recordamos este hecho capital de la historia del movimiento obrero español con un texto de J.A. Meliá, que publicó en El Socialista, a primeros de diciembre de ese año.
“Ya estamos en casa”
“Al fin podemos tener la seguridad de que ningún casero enemigo nos ponga los trastos en la calle con cualquier excusa. Hoy tenemos casa propia.
La hemos inaugurado “con todo el aparato que el argumento requiere”, mal que le peses a algún periodista de esos que se sienten burgueses sirviendo por menos que gana un camarero o un mediano oficial de ebanista.
Bien, rebién ha salido la fiesta. Y lo mejor de ella ha sido el carácter internacional que ha tenido. Dos bravos portugueses, Azedo Gnecco y Eduardo Abreu han dejado bien patente, con su presencia y sus palabras, que el triunfo de los obreros socialistas madrileños alcanza un poco más lejos de lo que se figuran las inteligencias chatas de nuestros detractores.
Felicitaciones, frases de aliento y de aprobación, han llegado de todos los rincones de la Península, de todos los países donde hay obreros conscientes.
Es que -como se ha dicho estos días- las victorias y las derrotas, grandes o insignificantes, de los proletarios de un rincón de la tierra, alcanzan a los explotados del mundo entero.
Nuestro edificio es de todos: su muestra reza Casa del Pueblo, y no dice de este o del otro pueblo; es solamente del único pueblo que existe, el productor, y este no es de aquí o de allá, sino de todo el globo.
¡Qué alegría inmensa! Es insólito, pero cierto: durante estos cuatro o cinco felices días, los dos compañeros portugueses y el centenar de forasteros que hemos tenido han recorrido la Casa del Pueblo y llevaban en sus almas el convencimiento de que el gran edificio es tan suyo como nuestro. Y nosotros, los que en Madrid luchamos, sentíamos como nunca la ternura de la fraternidad y nos llenaba de placer la seguridad de que nuestros compañeros de toda la Península y del mundo todo tienen como suya nuestra finca.
Se ha levantado con el dinero de las Sociedades de Madrid; pero es que el dinero de estas Sociedades, como el de todas las demás, no tiene dueños exclusivos; el dinero de las organizaciones obreras pertenece a los obreros de todas partes.
¿No va nuestro dinero de aquí a provincias y al extranjero cuando es necesario? ¿Podemos dudar un momento que el día que hiciese falta no vendría en nuestro auxilio el dinero obrero de donde quiera que lo hubiese?
Pero no bastan razones; citemos hechos concretos: los obreros de Mieres construyeron una Casa del Pueblo para vivienda de sus Sociedades; las necesidades de la lucha obligáronles a hipotecarla, corriendo el riesgo de perderla. Mas no se perdió; los albañiles de Madrid enviaron el dinero preciso para salvarla y hoy permanece firme, esperando que aquellos obreros a quienes el terrorismo burgués alejó de ella, tornen a buscar el calor amoroso de su seno.
Tenga presente este hecho el sandio periodista de El Mundo que ha pretendido poner sobre nuestra alegría su dedo suco de caca. Chúpeselo él solo, que por las vaciedades que dice, hábito de ello ha de tener.
Las Sociedades obreras madrileñas han gastado cien mil duros en su casa; pero les queda bastante más que todo eso. Saben lo que se hacen, sin necesidad de advertencias imparciales.
Y si las Cajas madrileñas anduvieran flojas, sabemos que en caso preciso podemos disponer de los millones de pesetas que hay por toda España, y en casos de invencible riesgo nos consta que en Alemania, en Inglaterra, en Europa y en América se abrirían para nosotros Cajas que cuentan por miles de millones los ingresos anuales.
Pierda cuidado el que con tanto desinterés habla de que es posible un paro forzoso que haga hundirse el triunfo de hoy: No somos lerdos ni mancos; en Madrid no es palabra vana la solidaridad obrera, y si nuestra burguesía imbécil quisiera ponernos en aprieto, piense que sin necesidad de dinero sabríamos darle una patada enérgica: porque la Prensa, la luz, los comestibles, el pan, todo en fin, lo que es vida en la ciudad, es fabricado, expendido por esos 35.000 hombres que tienen puesta su alma en la Casa del Pueblo….”
(Fuente: El Socialista, número 1186)
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