El fútbol sí es para tanto
Por alguna razón que se me escapa, probablemente de carácter físico, arrastro desde la adolescencia una cierta fama, nada relevante ni ostentosa, de intelectual. Supongo que el hecho de gastar durante muchos años gafas, en el más acabado estilo gafitas cuatro ojos, y una cara de despistado, que a poco que me descuidara me daba un aire aproximadamente bobo, unido a mi gusto por la literatura, contribuiría a fraguar ese malentendido. Sin embargo, yo había venido a este mundo a ser futbolista, en concreto, delantero centro del Atlético de Madrid y de la selección española, y de no ser porque Gárate se me había adelantado en el tiempo hubiera querido ser él. Gárate ya era Gárate antes de poder serlo yo y, por otra parte, mis facultades para pegarle patadas a una pelota eran muy menguadas y eso que no tenía otro afán que jugar al fútbol, pero ni aun así hubo modo, los dioses son despiadados. Muy pronto me di cuenta de que no estaba llamado por los caminos del gol, aunque lejos de frustrarme busqué otros modos de realización. Puesto que no podía ser Aquiles, el héroe, sería Homero, el narrador de sus gestas, el ciego de los mil ojos y el verbo encendido. Si no era Pelé sería José María García. Y así, cambiando de vocación y de conversación, fui echando la infancia y la pubertad.
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