A mediados del siglo XVIII, la isla de Córcega era un enclave de la poderosa ciudad comercial y burguesa de Génova. Si bien era un enclave montañoso, poblado de árboles y de gran belleza, contenía al orgulloso y bélico pueblo corso. Cansadas de las incesantes revueltas contra su autoridad, las autoridades genovesas decidieron, por el tratado de Versalles de 15 de mayo de 1768, vender al reino de Francia la isla, prácticamente independiente desde 1755 bajo el mando del general Pasquale Paoli. Muchos consejeros del rey Luis XV desaprobaron la adquisición de ese enclave mediterráno, al que observaron como un futuro problema para el Gobierno de París, pero la compra siguió adelante y Córcega pasó a depender de las autoridades francesas. Los corsos, bajo el mando de Paoli, decidieron resistir a los ejércitos invasores pero la derrota de Ponte Nuovo –8 de mayo de 1769- puso fin a la revuelta y obligó a Paoli a refugiarse en Gran Bretaña. De esa manera, cuando nació Napoleón en Córcega, el 15 de agosto de 1769, hacía sólo un año que la isla era una posesión del reino de Francia Carlos Bonaparte o Buonaparte -el padre del futuro emperador- era, como otros muchos habitantes, de origen italiano, pues era miembro de la nobleza de Toscana, pero sin grandes abolengos ni antepasados célebres. Los Bonaparte vivían modestamente en Córcega, obteniendo algunas rentas de tierras mediocres y de sus irregulares ingresos como notarios o escribanos. Dos tíos sacerdotes ayudaron a sostener el clan. Uno de ellos logró llegar a ser arcediano de Ajaccio, la capital de la isla.