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Jueves Santo en Palacio, 2 de Abril de 1931


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Creo que es de interés a los curiosos conocer como vivía la familia Real española sus últimos días en el poder, como a 10 días de las Elecciones Municipales y a 12 días de la proclamación de la II República, pasaban el tiempo en lujosas fiestas socio-religiosas, rodeados del boato y la compañía de múltiples nobles y clérigos, obispos, arzobispos y demás miembros de la Corte madrileña.

Lo que no sabían, y no entiendo tal situación de ceguera ante el hambre y la pobreza en que vivía el país cuando se les habían echado encima los sindicatos, la burguesía y los intelectuales después de la firma de las penas de muerte de Galán y García Hernández, esa sería la Semana Santa de 1931, última que había de celebrar la Corte española.

Quisiera que hicieran especial atención a las diferencias de vestimenta, joyas y servidumbre entre los monarcas reales y los vecinos pobres a los que les lavarían los pies y les darían una comida.

Aun más descriptivo es el párrafo: “los pobres se colocaron las largas mesas, cubiertas con manteles blancos, en que habían de servirse la comida a aquéllos”, y por comparación con los demás y para que no se mezclaran la sangre azul y la proletaria se hizo esta distinción: “y al fondo dos amplias tribunas, en una de las cuales estaban las infantas e infantes, el Gobierno, personal palatino. Cuerpo diplomático extranjero, y en otra, los invitados especiales”. ¿Que pensarían en ese momento si supieran que en doce días tendrían que abandonar el país hacia el exilio?

Minutos antes de las once de la mañana del Jueves Santo, día 2 de abril, salió de las habitaciones particulares de Sus Majestades la comitiva para la Capilla pública, yendo en primer lugar los gentiles-hombres de casa y boca, detrás los mayordomos de Semana, y después los grandes de España y los infantes, siguiendo a éstos y rodeados de un zaguanete de alabarderos Sus Majestades los Reyes. El Rey llevaba el uniforme de la Armada, de capitán general, la banda del Mérito Naval y, entre otras condecoraciones, el Toisón de Oro y el collar de Carlos III.

La Reina iba de traje de Corte, en tisú de oro, con manto de color de azul celeste, que llevaba el mayordomo de Semana, marqués de Espeja. Ostentaba la Soberana, además, la banda de la Orden de María Luisa, mantilla blanca, diadema y aderezos de brillantes, un soberbio collar de brillantes y el de chatones. A continuación seguían las infantas, los jefes de Palacio y las damas de la Reina.

Ofició en la ceremonia el nuncio de Su Santidad, monseñor Tedeschini, asistido por capellanes de S. M., utilizándose el famoso terno de perlas.

A la una de la tarde se organizó de nuevo la comitiva para proceder en el salón de Columnas al Lavatorio. El fondo del salón estaba cubierto con el magnífico tapiz de la colección real "La Cena", y al pie se había instalado un altar, y a cada lado del mismo, una mesita, sobre la que estaban un jarrón y una jofaina, artísticos y valiosos. En forma de semicírculo, partiendo del altar, se hallaban ya sentados, a la derecha, doce mujeres pobres, con traje negro, blusa cerrada, saya de estameña y matón de lana, con zapatos negros de becerro, y a la izquierda, otros tantos varones pobres, con traje oscuro, zapatos negros de becerro, capa de paño, negra, con embozos de color pardo y sombrero de copa en la mano, regalado por los Reyes.

A continuación de los bancos en que se hallaban sentados los pobres se colocaron las largas mesas, cubiertas con manteles blancos, en que habían de servirse la comida a aquéllos, y al fondo dos amplias tribunas, en una de las cuales estaban las infantas e infantes, el Gobierno, personal palatino. Cuerpo diplomático extranjero, y en otra, los invitados especiales.

Cantado el Evangelio del día y rezadas por monseñor Tedeschini las preces de ritual, el mayordomo mayor del Rey, duque de Miranda, ciñó a la cintura del Soberano una toalla, haciendo lo propio con la Reina su camarera mayor, duquesa de San Carlos.

Entretanto, descalzaban a los pobres los grandes de España asistentes a Sus Majestades, que eran, uno por cada pobre, el marqués de Fuentes, primogénito de los condes de Heredia Spinola; duque de Santa Cristina, marqués de Castell Rodrigo, duque de Montealegre, duque de Bournonville, duque de Grimaldi, duque de Rivas, marqués de Santa Cristina, duque de la Victoria, duque de Alba, duque de Villahermosa, duque de Medinaceli y conde de Villagonzalo, y hacían también lo mismo con las pobres, descalzando cada una a una de estas mujeres, las damas de la Reina, duquesa de la Victoria, marquesa de Santa Cristina, marquesa de Santa Cruz, duquesa de Medinaceli, condesa de Villagonzalo, duquesa de Alburquerque, marquesa de Somoruelos, duquesa de Miranda, marquesa de Bondad Real, duquesa de Santa Elena, duquesa de Vistahermosa y marquesa de Miraflores.

…....

Sentados a las mesas rezaron el Benedicite, el nuncio de Su Santidad en la de los hombres, y el patriarca de las Indias en la de las mujeres, y Sus Majestades les sirvieron la comida en la forma siguiente:

El mayordomo mayor fue entregando al Rey, y la camarera mayor a la Reina, uno a uno, los platos de que se componía la comida, que los grandes y las damas recogían de la sala contigua, y Sus Majestades, que habían ido a situarse ante las mesas, se los servían a cada pobre individualmente. Una vez colocado el plato ante cada pobre, los Soberanos lo retiraban, entregándoselo al grande o dama, respectivamente, quienes a su vez lo hacían pasar al cesto en el que iban depositándose, junto a cada pobre, las viandas.

Fueron éstas, por este mismo orden, las siguientes : tortilla de escabeche, salmón, mero, merluza frita, congrio con arroz, empanadas de sardinas, besugo en escabeche, alcachofas rellenas, coliflor frita, salmonetes asados, pajeles fritos, lenguados fritos, aceitunas, tortas de hojaldre, arroz con leche, un queso dé bola, camuesas, naranjas, cidrados, limas, orejones, ciruelas pasas, nueces, avellanas y anises, más un pan grande de Viena y un jarrón talavereño de cuarto de arroba lleno de vino tinto.

Finalmente, el patriarca de las Indias entregó a la Reina bolsas de cuero con tres monedas de a dos reales cada una, que la Soberana fue depositando en manos de las mujeres pobres. El patriarca hizo entrega a su vez de bolsas idénticas a los varones pobres.

A las dos de la tarde, concluida la cristiana ceremonia, se retiraron los Reyes a sus habitaciones, y los pobres, vestidos tal como habían asistido al Lavatorio, salieron a la plaza de la Armería, donde, como todos los años, vendieron sus cestos de viandas en 100 ó 150 pesetas, cada uno.

Paco Robles se dedica al Partido Socialista y a la Memoria Historica, memorialista, historiador aficionado y buscador de verdades. Vocal de la AGRMH y Secretario CEP de Memoria Historica del PSOE de Granada.