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Pavese o el arte de no saber vivir


(Tiempo de lectura: 2 - 4 minutos)

El arte de vivir, anota Cesare Pavese en su diario, es el arte de saber creerse las mentiras. El escritor italiano intentó construir un sistema de embustes para seguir en pie, pero no estaba dotado para el autoengaño. La idea queda reafirmada en este apunte de su diario: “Yo sé, por convicción, por certeza matemática, que ninguna alma puede cambiar de naturaleza y tal como uno ha nacido, así se arrastra hasta la tumba”. El oficio de vivir es un diario río que se prolonga durante quince años. Y en todos sus afluentes encontramos el mismo latido sin esperanza. Se diría que todos los caminos de Pavese conducen al suicidio. Lo trágico es que no encuentra disfraz que le sirva en el gran carnaval que es la vida, de suerte que torea a cuerpo limpio, sin mentiras consoladoras, sin más burladeros que las burlas con que se zahiere a sí mismo.

A Pavese le gusta la vida, pero no sabe vivir. Le apasionan el sexo y las mujeres, pero no tiene dotes de seductor. Así se lo cuenta él mismo, y nos lo cuenta, en las trágicas páginas de su diario. El 25 de diciembre de 1937 escribe: “Si joder no fuese la cosa más importante de la vida, el Génesis no empezaría por ahí”. En otra entrada se pregunta: “Si la más bella de las mujeres que pasan a mi lado por la calle me quisiese, a mi solo, ¿qué sería capaz de hacer?”. Y en otro momento escribe: “Un viejo sueño. Estar en el campo con una mujer guapa –Greer Garson o Lana Turner- y hacer una vida sencilla y perversa. Cosas superadas. No lo pienses más”. La frustración deriva en odio y en una apoteosis de la misoginia. En una anotación del 9 de septiembre de 1946 leemos: “Las mujeres son un pueblo enemigo, como el pueblo alemán”.

Hay escritores, como el rumano Cioran, que se pasan la vida haciendo apostolado literario del suicidio, disparando metáforas desde la trinchera filosófica del nihilismo, pero pasan los años, el estilo se torna manierista, los títulos de las obras se multiplican y el defensor del suicidio sigue tan campante, aguantando las tarascadas del tiempo, haciendo literatura, como quien juega con un mecano. Hay otros escritores, como Cesare Pavese, que avisan de que terminarán disparándose una bala, a sabiendas de que no tienen otro modo de salir del laberinto; con la esperanza, seguramente, de que en último término encontrarán el modo de evitarlo. Pavese se echó un sueño eterno con somníferos cuando le faltaban menos de dos semanas para cumplir los 42 años. Antes, había intentado, de mil maneras, adiestrarse en el oficio de vivir, con nulos resultados. Su diario es un largo proyecto personal, un recuento de fracasos, pero también un inventario de afanes. En la entrada del 26 de marzo de 1938 escribe: “La cosa secreta y más atrozmente temida, sucede siempre”. El poeta desea descubrir los rudimentos para seguir viviendo, sin embargo carece de habilidades. La vida práctica, escribe, es astucia y nada más. Astucia, justo lo que a él le faltaba. Entresacamos de su diario: “Se da limosna para quitarse de delante al miserable que la pide”. A Pavese le sobraba orgullo y lucidez para pedir una limosna de esperanza con que hacer frente a la desesperación vital. El diario se cierra así: “Todo esto da asco. No palabras. Un gesto. No escribiré más”. Unas páginas más atrás había teorizado: “Los suicidios son homicidios tímidos”. Ni siquiera en ese acto supremo se concedió Pavese un poco de grandeza. Ni como suicida reivindicó su singularidad. Cesare Pavese, afamado poeta, novelista, ensayista y traductor italiano se quitó la vida el 27 de agosto de 1950, en un hotel de Turín. Unos meses antes se había enamorado locamente de la actriz norteamericana Constance Dowling, con la que vivió una aventura en Los Alpes, pero ella regresó a Los Ángeles y se casó con otro. A Connie le dedicó el famoso poema: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”. Por cierto, unos ojos muy hermosos.

Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.