El rey desnudo
- Escrito por La redacción
- Publicado en Cultura
«Hasta que en medio de los elogios se oyó a un niño que dijo:
- ¡Pero si está desnudo!
Y todo el pueblo comenzó a gritar lo mismo pero, aunque el emperador estaba seguro de que
tenían razón, continuó su desfile orgulloso»
El traje nuevo del emperador, 1837, Hans Christian Andersen
Es un cuento de larga tradición popular en muchas culturas, incluida la nuestra (el entremés El retablo de las maravillas de Cervantes o una historia dentro de El conde Lucanor de Don Juan Manuel son dos buenos ejemplos), y forma parte del acervo folclórico desde hace siglos ̶ y me temo que, por desgracia, aún sigue siendo muy actual.
El tema es sencillo: un emperador egocéntrico que se pasea desnudo porque unos sastres embaucadores (léase hacedores de opinión) le convencen de que va vestido cuando obviamente va desnudo, pero que es capaz de pasearse en traje de Adán haciendo el ridículo delante del pueblo y de toda la corte antes de reconocer que no lleva ropa, porque eso sería admitir que no la ve por su propia necedad. Y así lo hacen todos, incapaces de decirle y admitir que va desnudo, compartiendo una mentira colectiva, no sea que sean víctimas del tirano y apartados del centro del poder. Hasta que, entre la muchedumbre se oye la voz de un niño que es libre, sincero, y que en voz alta expresa lo que nadie se atreve: el emperador se pasea desnudo. Y se acabó la cortina, se abrieron las puertas y el pueblo se mofó de su estulticia. Pero ¿y la suya propia, incapaz de alzar la voz y decir lo evidente? Solo cuando la rueda se pone en marcha saltan todos al unísono, amparados por la propia muchedumbre ya desatada.
Encuentro muchas moralejas aplicables a la actualidad: la necedad de persistir en el error, el griterío vano, la prevaricación constante, el peloteo al poderoso, los timadores de turno, la necia complacencia de la masa que tan pronto te aclama como te hunde. Basta con que alguien rompa el fuego para que donde dije digo diga Diego. Y tan campantes, a triunfar vestidos de aire.
No podemos aceptar la mentira. Tenemos que hablar. No podemos permitir que haya cuestiones y preguntas prohibidas que los periodistas, por ejemplo, en el ejercicio de su función, puedan y deban hacer a los políticos y personajes públicos, sean del mundo económico-social sean del papel cuché. No vale la censura, ni cortocircuitar. No podemos aprobarlo. Tampoco como colectivo, ni siquiera como ciudadanos. Por muchas capas de tela inexistente que nos quieran poner delante de los ojos, ni estamos ciegos, ni debemos doblegarnos a la mentira colectiva de vendedores de humo.
No todo vale. Rompamos de una vez los grupos de presión de lo políticamente correcto, que no lo es. Cuidado con el emperador que sigue adelante en pelota picada y dice: «Sea como sea, es necesario que continúe hasta el fin». Que lo estamos viendo y no actuamos. Que de esas aguas estos lodos.
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