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Neruda en San Valentín


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San Valentín es una fiesta de rosas, besos y versos, o una catarata cursi, o un buen reclamo para El corte Inglés y otras cortilandias merengadas. Si tuviera que ponerle música y rimas al santo del 14 de febrero recurriría ineludiblemente a Gustavo Adolfo Bécquer, y también a Pedro Salinas, y, desde luego, al Pablo Neruda de Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Han querido los hados y los venenos de la historia, que a menudo se escribe con sangre, que en los prolegómenos de la fiesta de los enamorados hayamos sabido que Neruda fue envenenado tres días después de que triunfara en Chile el golpe de Pinochet, tres días después del asesinato de Salvador Allende, con las calles de Santiago ensangrentadas y los niños alejados de las alamedas. De este modo, aunque en diferido, constatamos que tres inmensos poetas del siglo XX en lengua española: Lorca, Miguel Hernández y Pablo Neruda cayeron a manos del fiero fascismo, allende o aquende los mares. Es verdad que no conmueve ya el asesinato de Neruda, casi nos deja tan fríos como el descubrimiento, no del todo confirmado, de que Napoleón fue envenenado en la isla de Santa Elena. En este punto, nada tan ajeno como cuando algunos egiptólogos nos informaron de que Tutankamón había muerto víctima de los venenos. Recuerdo el momento, porque una redactora de Informe Semanal propuso el tema, con la esperanza de hacer un bonito viaje al país de los faraones, y la entonces directora del programa, la malograda e inolvidable Alicia Gómez Montano, le replicó con un golpe de ingenio: “Tranquila, fulanita, que ese crimen ya ha prescrito”.

De la muerte de Neruda se cumplen cincuenta años. En 1973 dejaron la residencia en la tierra, además del poeta, el pintor Pablo Picasso y el músico Pau Casal. Medio siglo es un mundo, o medio, y los tiempos, como las ciencias, han avanzado de manera bárbara, así que al igual que la de Picasso, la figura de Neruda presenta aristas y no está ya envuelta en el manto de la genialidad sin mancha. De su machismo no parece que haya grandes dudas, pero conviene ser cauto y tener la inteligencia suficiente como para enmarcar al personaje en su época y no pedirle peras, ni peritas en dulce, al viejo olmo machadiano, ni olvidar el macizo de la raza del que venimos. Hay otra cuestión que resiste peor el análisis, incluso descontando el contexto histórico. Neruda tuvo una hija en 1934, con la que entonces era su mujer, María Antonieta Hagenaar, Maruca. La pequeña nació con hidrocefalia y el poeta, que llegó a decir que su hija era “un monstruo de tres kilos”, las abandonó a ambas en Montecarlo, al comienzo de la Guerra Civil, en una situación para ellas calamitosa y de angustiosa penuria económica, que contrastaba con la buena posición del poeta, cónsul de su país en varios destinos. La niña, Malva Marina, murió con ocho años.

Cuales fueran las andanzas del hombre Neftalí Reyes no quita ni pone fuerza literaria a uno de los grandes poetas en lengua española del siglo XX. Con 19 años, cuesta imaginarlo, Neruda compuso sus famosos veinte poemas, los de “Me gustas cuando callas/ porque estás como ausente/ y me oyes desde lejos,/ y mi voz no te toca”. Hay otros poemas que han resistido peor el paso de los años, porque los vientos de la historia son cambiantes, de manera que luce menos ya en las antologías su Oda a Stalin, que empieza así: “Camarada Stalin, yo estaba junto al mar en la Isla Negra/, descansando de luchas y de viajes,/ cuando la noticia de tu muerte llegó como un golpe de océano”. Incluso haciendo abstracción del tema no son estos versos afortunados. No resisten la comparación, por ejemplo con un memorable poema de Residencia en la tierra, en cuya primera estrofa se lee: “Sucede que me canso de ser hombre./ Sucede que entro en las sastrerías y en los cines/ marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro/ navegando en un agua de origen y ceniza”. Sucede que yo no me canso de leer a Neruda, ni el 14 de febrero ni el 7 de julio.

 

Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.