Centenario del descubrimiento de la momia de Tutankhamón y una dama de la nobleza española
- Escrito por La redacción
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El Archivo Histórico de la Nobleza nos ofrece la historia de una dama de la aristocracia española y su relación con la momia de Tutankhamón, en el centenario de su descrubrimiento.
Entre 1908-1914 el arqueólogo británico Howard Carter y su mecenas, lord Carnarvon, excavaron en distintos yacimientos tebanos, pero la I Guerra Mundial truncó tales trabajos de campo. Sin embargo, el periodo de Entreguerras fue aprovechado para continuar con unos trabajos que parecían no alcanzar las expectativas deseadas. De este modo, hacia 1921, el Comité de la Sociedad de Exploraciones Egipcias de Londres se lamentaba: “parece cada vez más difícil, de hecho casi imposible, suscitar en el público el interés por la arqueología en general, y por la arqueología egipcia en particular, que sentimos que debería haber en éste nuestro país”.
Poco tiempo después, el 4 de noviembre de 1922, Carter descubrió en el Valle de los Reyes lo que sería la tumba de Tutankhamón. Ufano, se apresuró a escribir a lord Carnarvon: "Por fin he hecho un descubrimiento maravilloso en el Valle: una magnífica tumba con sellos intactos; la he vuelto a recubrir, dejándola como estaba, a la espera de que usted llegue. Felicidades”.
Pues bien, en toda esta fascinante historia se cruzó la vida de María González de Quintanilla, futura III marquesa-consorte de Torrelaguna (1884-¿1972). Sus suegros fueron el I marqués, Martín Esteban y Muñoz (†1899), senador vitalicio y diputado a Cortes, cofundador del Banco de España que financió la Restauración borbónica, quien emparentó con Benita Fernández de Pozo, nieta de los condes de la Corte. Luis Esteban, su segundo hijo y III marques de Torrelaguna desde 1952, se casó con una rica heredera mexicana, la protagonista de nuestra historia, mucho antes de heredar el título. Su vida en común duró poco tiempo, divorciándose a los pocos años, viviendo doña María en el extranjero, junto con su única hija y heredera Julia Esteban González de Quintanilla. Establecidas en París, madre e hija, sus viajes son constantes para veranear a San Sebastián o tomar las aguas de Mondariz, rodeándose de lo más selecto de la alta sociedad y de la intelectualidad de su tiempo.
Parece que María estaba fascinada por el exotismo de los países islámicos porque en 1915 ya hizo turismo por Tetuán, entonces bajo Protectorado español. En todo caso, a comienzos de febrero de 1922, ya encontramos a esta aristócrata en Egipto, de crucero por el Nilo y asistiendo a un ágape en el Palais de Giza, el nuevo museo que hacía las delicias de los amantes a las antigüedades.
Es más, la noticia del descubrimiento de la tumba de Tutankhamón despertó aún más la curiosidad de esta dama y de su hija. En marzo de 1923, de nuevo juntas visitaron el Valle de los Reyes. Estuvieron semanas y se trajeron un buen raudal de recuerdos de su crucero por el Nilo o las cenas de sociedad; más de un centenar de postales costumbristas; fotografías en parajes arqueológicos, como la Esfinge y la Gran Pirámide; el templo funerario de Ramsés III o el templo de Luxor; así como unos retratos de estudio de su joven hija realizados por el famoso fotógrafo armenio Aram Alban en la ciudad de Alejandría.
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