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Juan Antonio Tirado

Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.

El fútbol sí es para tanto

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Por alguna razón que se me escapa, probablemente de carácter físico, arrastro desde la adolescencia una cierta fama, nada relevante ni ostentosa, de intelectual. Supongo que el hecho de gastar durante muchos años gafas, en el más acabado estilo gafitas cuatro ojos, y una cara de despistado, que a poco que me descuidara me daba un aire aproximadamente bobo, unido a mi gusto por la literatura, contribuiría a fraguar ese malentendido. Sin embargo, yo había venido a este mundo a ser futbolista, en concreto, delantero centro del Atlético de Madrid y de la selección española, y de no ser porque Gárate se me había adelantado en el tiempo hubiera querido ser él. Gárate ya era Gárate antes de poder serlo yo y, por otra parte, mis facultades para pegarle patadas a una pelota eran muy menguadas y eso que no tenía otro afán que jugar al fútbol, pero ni aun así hubo modo, los dioses son despiadados. Muy pronto me di cuenta de que no estaba llamado por los caminos del gol, aunque lejos de frustrarme busqué otros modos de realización. Puesto que no podía ser Aquiles, el héroe, sería Homero, el narrador de sus gestas, el ciego de los mil ojos y el verbo encendido. Si no era Pelé sería José María García. Y así, cambiando de vocación y de conversación, fui echando la infancia y la pubertad.

Nostalgia

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 “La nostalgia ya no es lo que era” (Simone Signoret)

No he conocido a nadie tan nostálgico como a un antiguo amigo, de cuyo nombre no quiero acordarme. Este hombre, al que llamaré EX, es un nostálgico sui géneris; la verdad es que él es especial en todo, incluido el cuidado de las amistades. EX tiene la particularidad de que no añora lo que ha vivido, sino el mundo que existió veinte años antes de nacer él. Así, su Madrid no es el de Almodóvar, sino el de Mihura. Echa tanto de menos el  Madrid, que no conoció,  el de Perico Chicote y los tranvías y los coches de caballos, que le hace a uno empatizar con él en su nostalgia, al punto de sentir también la desazón de no haber llegado a tiempo al sitio donde supuestamente sucedía todo. Y aun así, nuestro hombre era hace cinco años menos nostálgico que cuando lo conocí, hace casi cuarenta, y ya entonces era un nostálgico que estaba curándose, pues debió de ser a la altura de los quince años cuando estuvo más tocado de añoranza. Ya sé que parece natural que la nostalgia se acumule con los años, pero él se empeñó desde niño en vivir al revés, balanceándose en el árbol de la fantasía y despilfarrando nostalgia y amigos como el que se siente millonario en las cosas del querer y el vivir.

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Elogio de la autocensura

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No es verdad, como  porfían algunos de natural vehemente, que vivamos una época de censura. Los que dicen eso hablan por hablar y desde la ignorancia, cosa por lo demás nada novedosa. No existe otra censura que la que limita con el Código Penal, lo que existe, y, además con peligrosa propensión a extenderse, es la autocensura. Esta es relativamente novedosa, arranca aproximadamente con el siglo y va de la mano de algo que ha dado en llamarse lo políticamente correcto y que de tanto ser nombrado y renombrado, de tanto manoseo, ha quedado en expresión hueca. La autocensura del XXI es universal, o al menos occidental. En España no conocíamos un fenómeno de tales características desde los últimos años del franquismo. Durante buena parte de  la dictadura de Franco no existió autocensura, sino directamente censura, que según se mire es más cómoda, ya que el censor te da el trabajo hecho. Con la autocensura eres tú el que se la juega, como cuando tu madre te decía: tú verás lo que haces, atente a las consecuencias. Y las consecuencias podían ser temibles.            

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Iba yo a comprar el periódico

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Los periódicos eran mi vitamina y mi droga: mis gafas para asomarme al mundo. Los árboles cortados para fabricar diarios no me permitían ver el bosque de la realidad. Cuando lo intentaba, no sabía muy bien cómo enfocar la realidad con mis ojos civiles, limpios de legañas y de editoriales de periódico. Saltaba de la cama, me afeitaba, me colocaba debajo del chorro de agua caliente, me vestía, desayunaba un zumo, una taza de leche y una tostada con mantequilla, o queso fresco con membrillo, o una tostada de pan con aceite, me despedía de mi mujer, cogía las llaves y salía a la calle, a desafiar la lluvia o a disfrutar del sol. Y aquí, como un autómata, me dirigía al quiosco, compraba un par de periódicos y me iba al Café Comercial para tomarme un cortado con noticias. Era ahí, según mi mujer, donde traicionaba el realismo que recorre las aceras, que salta a los escaparates, para dedicarme a mi evasión predilecta. En la hora y media o dos horas que permanecía en ese viejo y acogedor local moría toda mi curiosidad por las cosas reales, de suerte que cuando salía del café era ya un quimerista perdido para la sagrada causa de la realidad, un evasor de evidencias, un ciego profesional a otra cosa que no fuera la verdad imaginaria de los diarios.

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El beso de Rubiales o los cisnes unánimes de Rubén

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Cada verano tiene su canción, la de este año ha sido “Escándalo”, pero no el de Raphael, sino el de Rubiales; ya saben, el chulo de Motril, ese tipo mostrenco, de la más rancia tipología nacional, que se había pegado como una lapa a la Real Federación Española de Fútbol, sin que hubiera modo de echarlo, y eso que motivos los ha habido a puñados. Finalmente, ha sido el “piquito” a Jenni Hermoso lo que está a punto de acabar con tan peculiar mandatario. A estas alturas, todo el mundo tiene su idea sobre el asunto, a mí lo que me interesa subrayar es la falta de opiniones variadas en los medios. Hombre, no sé, algún matiz, algo que enriqueciera el debate, una pequeña diversidad en los puntos de vista. Frente a eso, en los periódicos, radios y televisiones he visto un mensaje único: Rubiales culpable de agresión sexual. En este caso no ha existido ni la presunción, pues que la condena ha ido por delante del juicio. Presunto asesino se dice de quien se sabe que ha matado a alguien, pero no está juzgado, aquí no ha habido presunto, sino culpable instantáneo. Por más rechazo que nos produzca Rubiales, y a mí me lo produce hasta el hartazgo, no podemos saltarnos los principios elementales del estado de derecho; por lo demás, en una democracia hemos de contar con una pluralidad de ideas e impresiones en los medios. En el caso Rubiales, casi nadie se ha atrevido a discrepar, lo que sí han hecho algunos conocidos columnistas de la derecha es guardar silencio, no mojarse, pues que la tormenta, o tsunami, o me too deportivo, como dijo el presidente del Consejo Superior de Deportes, venía recio. Lo más parecido que recuerdo a estas opiniones concordantes, aunque a nivel más pequeño, fue cuando todos los periódicos de Cataluña publicaron un editorial conjunto, práctica hasta entonces desconocida en el periodismo español, incluso durante el franquismo, y puede que en el mundial, pues la línea editorial de un periódico es su ADN. En el caso Rubiales si lee uno, por ejemplo, El País, desde el primer momento constata la coincidencia de las opiniones.

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Kant y el teniente Rufino

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Me he leído de un trago Lo bello y lo sublime, goloso y lúcido ensayo de Kant, un filósofo a cuyas páginas apenas me había acercado. Kant es un pensador duro, alemán, profundo, en los límites de lo comprensible y lo incomprensible. De momento me he quedado con un Kant menor, que es lo que mi estómago literario y mi inteligencia mejor digieren. Este Kant menor es un portento de gracia, de sabiduría y de intuición. Me ha hablado mucho y bien de Kant mi primo Juan Ramón que, aunque viene de los mismos desiertos culturales que yo, ha sabido labrarse un sólido currículo filosófico, muy pangermánico, de un alemanismo ordenado y casi cartesiano, nada brumoso, más kantiano que hegeliano, más marxista que nietzscheniano, muy pensamiento crítico, con un ligero perfume de Habermas, un trabajado aliento de Manheim y un regusto a Marcuse.

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Recordando a W.G. Sebald

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14 de diciembre de 2001. Viernes por la noche. El escritor alemán W. G. Sebald viaja junto a su hija por una carretera comarcal de Norwich, Inglaterra.Un camión se cruza en el camino del prosista y profesor germano, que vive en Gran Bretaña, hastiado de hacerlo en su patria alemana. Sebald no resiste el choque con el vehículo contrario y muere en el acto. Su hija resulta herida.

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Los remordimientos de Occidente

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Si fue en el principio el verbo o el grito, es cosa imposible de dilucidar, toda vez que no hay manera de situar el momento de un hipotético origen, ni existen mapas fiables ni brújulas para no perdernos en un horizonte de inciertos fines, un supuesto orden y un caos que siempre retorna.

El duque de Deshonra

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John Michael Coetzee nació en 1940 en Ciudad del Cabo, esa punta del mundo que parece fuera a desprenderse del mapa y a ahogarse en unas aguas cuya titularidad podrían disputarse a un tiempo el Atlántico y el Índico. Coetzee, sin embargo, ha escapado a los naufragios geográficos y a los histórico, ha resistido la realidad partida en dos de esa alambrada monstruosa llamada apartheid y ha inscrito su nombre en la órbita de los grandes escritores de la era global, los que publican en las editoriales y los periódicos más resonantes del planeta, con independencia de cual sea la patria chica (desde 2006 tiene la nacionalidad australiana) donde aprendieron a andar.

Quince años sin Fernán Gómez

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A mí, de Fernán-Gómez me gustaba casi todo, hasta su poesía, que era bastante mala. Hubiera querido asistir a alguna de sus célebres fiestas de Nochevieja y de cumpleaños, en las que el genio se explayaba en todo su barroquismo de caballero romántico y antiguo y daba rienda libre a su extravagancia sabiamente teatral, pero no solo no me colé en ninguna de esas fiestas, sino que no pude hacerle siquiera una entrevista y eso que lo intenté, con ahínco y énfasis de periodista y de admirador, cuando lo hicieron académico de la RAE, pero no hubo modo de que aquel hombre gastado ya por el tiempo y sus desventuras me diera el gusto. De Fernando se podría decir lo que Manuel Alcántara escribió de González Ruano: no tenía manías de grandeza, sino grandeza de manías, y es que, en lo que hace a maniático, Fernán-Gómez fue un virtuoso.

La ridícula idea de no leer a Rosa Montero

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(A mi madre, que ha hecho camino al andar. In memoriam).

Era muy joven y ya tecleaba impetuosa en las viejas máquinas de escribir, en las que fabricaba las historias que luego lucirían a la sombra de los quioscos en flor. En sus primeros años profesionales dejó su impronta en publicaciones de entonces, como Posible, o en otras, como Fotogramas, de entonces y de ahora. El País, recién creado, fue la primera pasarela deluxe en la que puso palabras Rosa Montero. El periódico nació de pie y en seguida fue un papel altivo, como suele serlo aquello que alcanza en los primeros vuelos el reconocimiento general del público. En esas páginas bien trazadas y timbradas lucía Rosa con la natural frescura de una prosa modelada fuera del laboratorio de la escritura impostada, allá donde la vida se muestra en todo su esplendor y miseria.

Ganivet y los lobos

(Tiempo de lectura: 2 - 4 minutos)

Ganivet, el ángel que se arrojó a las frías aguas del río Dvina, pensador tupido y sobrado de razones históricas, es un escritor que nunca está de moda. Buen momento, pues, para leerlo. Idearium español es un libro deslumbrante y delirante. Para abrir boca Ganivet hace un apunte sobre el dogma de la Inmaculada Concepción de María y su influencia en el alma de la católica España. A partir de ese comienzo nada sorprende, muchas cosas aturden y otras fascinan por la lucidez extravagante (perdonen el oxímoron) del escritor.

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Los políticos

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Tienen los domingos electorales un color especial, como la Sevilla de los del Río, y un olor a almendras y a canela, por dar un toque cursi a la columna. A mí me gusta votar a la hora del aperitivo; después de haber metido la papeleta en la urna, dejas el colegio, caminas un poco a lo que salga y lo que te sale es un bar, en el que degustar un vermut o una caña bien tirada, o incluso un refresco de cola, para los que no se permiten una gota de alcohol ni por recomendación de su astrólogo. Los astrólogos van perdiendo carisma, como los políticos.

Pavese o el arte de no saber vivir

(Tiempo de lectura: 2 - 4 minutos)

El arte de vivir, anota Cesare Pavese en su diario, es el arte de saber creerse las mentiras. El escritor italiano intentó construir un sistema de embustes para seguir en pie, pero no estaba dotado para el autoengaño. La idea queda reafirmada en este apunte de su diario: “Yo sé, por convicción, por certeza matemática, que ninguna alma puede cambiar de naturaleza y tal como uno ha nacido, así se arrastra hasta la tumba”. El oficio de vivir es un diario río que se prolonga durante quince años. Y en todos sus afluentes encontramos el mismo latido sin esperanza. Se diría que todos los caminos de Pavese conducen al suicidio. Lo trágico es que no encuentra disfraz que le sirva en el gran carnaval que es la vida, de suerte que torea a cuerpo limpio, sin mentiras consoladoras, sin más burladeros que las burlas con que se zahiere a sí mismo.

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Sálvame o condéname

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Es admirable la fe de los políticos en la televisión. No solo de ellos, ya que la tele por más que esté en crisis es un poderoso combustible social, lo que me asombra hasta estremecerme es la creencia de muchos representantes de los partidos en que la pequeña pantalla puede decidir una contienda electoral.

Luis Cernuda, esencia del 27

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Así como hay un Siglo de Oro en el que resplandecen los más grandes ingenios españoles, hay una edad de plata, en la primera mitad del pasado siglo, donde destacan grandes escritores; entre ellos, una generación poética, la del 27, alcanza singular relevancia. En el salón cambiante de los prestigios del 27, Luis Cernuda es el nombre más en alza y su obra, la más valorada por la crítica y los poetas del momento.

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Alejandro Dumas

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Doscientos veinte años después de venir al mundo, Alejandro Dumas es una poderosa estatua de oro literario macizo y un recuerdo que pasa de generación en generación, resistiendo los infortunios del tiempo y la historia, los gustos volubles de los públicos y los cánones de cada época. Dumas era nieto de un marqués con más ínfulas que ínsulas y de una esclava negra.

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Don Quijote de la Marcha

(Tiempo de lectura: 2 - 4 minutos)

Pudiera ser que de tan manoseados parecieran personajes menores o no tan mayores. Y, sin embargo, temerario lector, busca en los libros, asalta bibliotecas, devánate los sesos y no hallarás señores tan bien pintados, pareja tan extrema en gracia y cordialidad. Caballero encantado, escudero encantador, don Quijote y Sancho, y sus sucesos de corrido, son una colosal mancha, de palabras en hilera, un prodigio en la desembocadura del tiempo. Este domingo, en el aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, creador de tan peregrinas criaturas, se recuerda con particular énfasis a sus héroes, aunque para estos tipos desusados, todo el año, y aun todo el siglo, es domingo. Yo he venido a dar en las últimas y mal contadas semanas en un hecho que me ha cambiado la traza de los asuntos; es el caso que he prestado oído a algo que estaba ahí, pero me había pasado en descuido: la literatura en podcast. Y no cualquier literatura, no una obra entre el montón ingente de las creaciones, sino el libro por antonomasia, las venturas y desventuras del gordo y el flaco de la Mancha. Le pasé el audio de un capítulo a mi amigo José Manuel Falcet, conocido en el siglo como Macaón, que es hombre bregado en prosas, y me contestó: “Está muy bien hecho. Da la impresión de que es otro Quijote, con un lenguaje más rico”. Y es justamente así. El podcast se titula El Quijote entero y cuenta con la voz asombrosa de Cipriano Lodosa en el papel de el Caballero de la Triste Figura y la muy lograda de Ángel Ramón Jiménez en el de Sancho, y otras setenta voces más, que ponen en vivo a los personajes de la obra, que está completa, sin faltar una coma, desde “En un lugar de la Mancha” hasta el postrero “Vale”, con que concluye Cervantes la segunda parte de su cuento.

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Dragó

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Dragó no era un gran escritor, pienso, desde mi falta de criterio para establecer qué sea exactamente un gran escritor. Con todo, algo creo saber de estos menesteres como para atisbar que si hubiera sido solo por la calidad de sus páginas, su despedida de este mundo traidor hubiera sido más discreta. La ceremonia de los adioses al autor de Gárgoris y Habidis ha estado llena de estruendo y retumbar de tambores mediáticos, y, en mi opinión, ese jaleo está justificado. Fernando Sánchez Dragó no ha sido un gran escritor, pero ha sido un extraordinario hombre de letras, un apasionado del mundo libresco y el mejor comunicador audiovisual en materia literaria que ha dado este país en los más de sesenta años de existencia del juguete mágico al que durante mucho tiempo los intelectuales llamaron tontamente caja tonta.

Las malas y las buenas noches que nos da el fútbol

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(Recojo en esta columna la charla por WhatsApp con mi amigo Juanjo Mardones, seguidor del Athletic Club de Bilbao, tras ser eliminado su equipo por Osasuna, en las semifinales de la Copa del Rey. Juanjo juega con la camiseta negrita).

Eugenio d´Ors y las ostras

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Eugenio d´Ors es un escritor clásico y sin lectores, doble condición que para algunos puede resultar paradójica, pero que no lo es tanto si se mira cualquier historia literaria. Morirse y permanecer vivo en la memoria, sin necesidad de convertirse en un reclamo de librería, es una circunstancia que iguala a talentos tan dispares y tan fecundos como los de d´Ors, Gabriel Miró o Ramón Gómez de la Serna. A la minoría siempre, decía Juan Ramón Jiménez, cuyo burro Platero ha acabado en los pupitres de todos los escolares, junto con las peripecias de ese gordo y ese flaco manchegos conocidos como don Quijote y Sancho. El grito de guerra juanramoniano no pasaba de ser una porfía retórica, ya que la literatura, por sí misma, ha sido siempre minoritaria. A no ser que el onubense universal se refiriera a la minoría de la minoría, que es casi una nada, aunque muy ilustrada. O lo que es lo mismo, una característica que une a todos los escritores sin lectores que en el mundo han sido y que en España son multitud.

Cioran y Jardiel

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Entonces yo era muy joven, no había cumplido ni los veinte, y con una cierta regularidad me sentía abatido. Para esos días procuraba hacerme con un libro de Jardiel Poncela, que me devolvía la alegría de vivir, con una eficacia clínica supongo que similar a la que hoy pueda tener el Prozac. No era un placebo, era un reconstituyente psicológico de efectos probados. En fechas tan lejanas no conocía a Cioran, y es posible que si me hubiera empastillado con su lectura hubiera acabado en el psiquiátrico. Pero, también podría haber ocurrido lo contrario, que se hubiera cimentado en mí de forma poderosa la alegría de vivir, que hubiera desarrollado la musculatura del alma. Cioran, el escritor rumano que vivió más de medio siglo exiliado en París, nació, contra su voluntad, hace un siglo y pico. Del inconveniente de haber nacido es uno de los libros de este escritor, filósofo y moralista. Sus títulos son expresivos: En las cimas de la desesperación, Silogismos de la amargura, Ese maldito yo, Breviario de los vencidos… “No haber hecho nunca nada y morir, sin embargo, extenuado”, “Nunca se dice de un perro o de una rata que es mortal. ¿Con qué derecho se ha arrogado el hombre ese privilegio? Después de todo, la muerte no es un descubrimiento suyo. ¡Qué fatuidad creerse su beneficiario exclusivo”, “No deberíamos molestar a nuestros amigos más que para nuestro entierro, y aun así…”, “Todo el mundo me exaspera. Pero me gusta reír. Y no puedo reír solo”. Así hablaba Cioran.

¿Quién heredará nuestras bibliotecas?

(Tiempo de lectura: 2 - 3 minutos)

En los años sesenta y setenta del XX, antes de convertirse con su nombre de la rosa en una estrella mundial de la narrativa, Umberto Eco era un gurú semiótico. A mí me interesa mucho el Eco ensayista y menos el novelero, pero esa es historia para otro capítulo. Uno de los títulos de sus libros acabó siendo expresión de uso común: su famosa dicotomía entre apocalípticos e integrados, que no es una cuestión que quedase zanjada en aquel momento, sino que continúa interpelándonos medio siglo después.

La Habana 1995

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La Habana era entonces, mediados los años noventa, una ciudad incendiada de nostalgia y cercanía, el corazón roto de una isla en que las fábulas se agavillaban a las puertas de las casas y las almohadas servían indistintamente para soñar despiertos o dormidos. Entrabas de noche en un hotel de la Habana vieja, rodeado por mujeres jóvenes como ángeles de la guarda desnutridos. Te acostabas con la cabeza bullidora de presagios, y cuando a primera hora de la mañana te asomabas a la terraza descubrías que en la plaza que limitaba con el hotel había brotado, antes de que saliera el sol, un mundo de colores, palabras moduladas, risas como fondo de alcancía y belleza urgente. Salías a pasear y te encontrabas una calle que parecía una estampa después de la batalla: cascotes y grietas, agujeros donde hubo puertas, muros resquebrajados. Lo que veías no era producto de una guerra cercana, sino fruto de otra guerra cotidiana, muda y remota.