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LA CAUSA
Una novela por entregas de
Rosa Amor del Olmo
Sonia una joven burguesa madrileña descubre el día de su cumpleaños que su casa está vacía, sus familiares han desaparecido de la manera más extraña. Tiene que abrir un Diario que alguien dejó a la vista en el día de su aniversario. Sorprendida en su propia casa por los Servicios de Inteligencia del Gobierno, la Brigada Político Social (CESIBE), tiene que comenzar una aventura de espionaje, donde Federico Sánchez, Santiago Carrillo, el doctor Poole o el Teniente Coronel Aguado formarán parte directa de su vida.

Una maraña de causalidades entre combatientes de la resistencia en Madrid, descubren a la protagonista una verdad desconocida para ella. Un viaje de pesquisas a Moscú hará de Sonia una nueva persona, afrontando acciones asombrosas al lado de un Nikita Jruschov en decadencia. Los acontecimientos girarán alrededor de un gran todo que es: la causa, donde el fin justificará los medios.
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Capítulo X


(Tiempo de lectura: 11 - 21 minutos)

Sonia salió de la dacha de su padre para irse a su apartamento, antes habían cenado una sopa borsch que a ella le encantaba, por primera vez en su vida sintió lo que significaba un hogar. Lágrimas del fondo de su alma querían salir pero no podían porque ella misma las reprimía, se había hecho experta en disimular las emociones, solo que había momentos realmente crudos. Cuando se subió al coche que la estaba esperando, no dejaba de dar vueltas a la idea de porqué su padre adoptivo Juan Santiago Burgos, no le había dicho nada hasta ese momento, por qué habían intercedido los de inteligencia esa carta, ¿acaso lo sabían de hacía tiempo? ¿Y la Guerra fría? ¿Y la OTAN? No hemos hablado nada de eso, pensaba para sí misma.

Ese era el remedio del otro bloque para no sentir miedo, aunque si bien se miraba, estaban bajo la misma amenaza, la Guerra Fría. Seguía pensando en que probablemente Kruschev había intentado proteger a la familia Burgos, a su hija, de otro modo, para qué iba a decirle nada si de todas formas no podía verla al menos hasta que Stalin desapareciera. Estaba amenazado con matarla si no era fiel al sistema, ¿qué iba a hacer? Kruschev era un hombre de Estado, el más importante hombre en toda Rusia, era también, por supuesto, el más temido. Ahora ella tenía la oportunidad de poderle conocer, quizás de hacerle ver cómo habían sido las cosas, quizás de que se arrepintiera…quizás simplemente es que no había nada de qué arrepentirse.

Hacía frío y Sonia se calentaba con su té con leche bien caliente, ese que le permitía quedarse hasta altas horas trabajando. Se asomó desde su ventana y como cada noche observó que estaba siendo vigilada, ¡qué horror!, sobre todo porque no sabía ya quien la vigilaba. Intentaba recapitular toda la información que le había proporcionado Nikita Kruschev pensando en voz alta, intentaba asimilar esos últimos meses que habían sido definitivos en su vida.

Este hecho le estremecía porque se sentía mal, yo, que he sido educada en el sistema más fascista que se pueda conocer (hablaba en voz alta) yo, ahora vengo a Moscú para engañar a mi padre, a todos los míos por otra causa que en absoluto es la mía y hacia la que estoy en contra. Tengo que hacer de espía y llevar esa información a los de Inteligencia de España porque si no, ellos van a matar a mi familia de adopción: los Burgos. La causa es de todos. ¿Y ella quien era? Apenas si había podido asimilar todo su pasado porque venía una y otra vez. Todos los sentimientos se entremezclaban de forma casi agónica. No podía dormir.

Cuando a la mañana siguiente quiso ir caminando por aquellas calles aledañas a la Biblioteca Nacional Soviética, después de haber dejado atrás el Teatro Chaikovski, se encontraba con muchas personas que con la mirada perdida iban de aquí para allá, y con cada uno de ellos, les miraba su rostro, sus ojos y pensaba ¿será este o esta uno de esos niños rusos? Como si aquellos niños españoles que marcharon cuando la guerra civil porque sus madres los enviaron a Moscú con la idea de librarlos de la sangrienta guerra española, estuvieran por cualquier calle. Esos niños que habían marchado para una corta temporada, salieron a tierras soviéticas siguiendo el postulado de Lenin de que España sería el primer país en adoptar los preceptos comunistas, esos ya no volverían más.

Como pajarillos enjaulados nunca más pudieron regresar a España, nunca más vieron a su familia, ni a su madre, esas madres que rotas de dolor no pudieron volver a verlos, todo fue una gran desesperanza por una causa que era única, y con todo, ellos, esos españoles que ahora eran soviéticos seguro que a esas alturas tendrían al menos una profesión, tendrían lo suficiente para vivir y acceso a la cultura. En España no hubieran tenido esa suerte, ni mucho menos, se hubieran tenido que aguantar en el mejor de los casos, con una familia destrozada, una sociedad regodeándose de ello, el rechazo, sin libertad, trabajando en lo que nadie quería y con la vigilancia de los vencedores. Una vida completamente alquilada que en el momento que el arrendador de esas vidas quisiera, rompería el contrato y con ello sus vidas.

A los hijos de los comunistas que se quedaron no se les otorgaba ningún derecho a vivir como personas, porque no eran personas para ellos, eran los hijos de los enemigos y su causa era no dejarles vivir, aniquilarlos. Hoy hablaría con su padre de la guerra civil española y ese día tendría más detalles de lo que habían sido la historia de su familia. Antes había pasado por la Facultad por ver si todo estaba en su sitio. Todo tenía una extrañísima calma que más que armonía le otorgaba ansiedad.

Cuando salió al día siguiente para volver a casa de Kruschev, algo sintió en el cuello y se desmayó. Unos agentes la llevaron a Francia. De nuevo y sin haberlo planeado Sonia volvió a ser físicamente un guerrillero cabeza de los atentados que se perpetrarían en el Pays Basque Français.

Llovía fuertemente mientras corría y corría por aquel bosque cuyas hojas no cesaban de caer y sin embargo no hallaba el lugar de la cita. Se había perdido y de eso no cabía la menor duda. Sonaron varios disparos, muchos, retumbando entre los árboles donde de vez en cuando se cobijaba para esquivar la metralla. Ahora sí que no podía más, jadeando sin parar no tenía fuelle alguno, parecía que se iba a morir aunque ella había pasado por peores circunstancias. De pronto se topó contra un batallón de la Gendarmerie Française, detrás de ellos Guardias Civiles de fusilamiento quienes dijeron con voz muy fuerte: ¡Alto!¡Alto o disparamos!

Estaban en el Pays-Basque français y llevaban peinando la zona dos semanas sin parar bajo el mando de los franceses que eran los que controlaban toda esa región. Trabajaban como asociados para poder detener a la facción del comando más asesino de todos los que habían comportado hasta ese momento la ETA. Siete atentados en cadena habían tenido lugar en Madrid en diversos cuarteles de la Guardia Civil, causando treinta víctimas. Otro de ellos, había hecho estallar una bomba que acabó con la Residencia de verano de Franco en San Sebastián por poco le mata a él mismo, que se quedó con algunos rasguños, no así su chauffer que murió en el acto. Jamás en la historia se había dado un despliegue policial semejante, había que detener al terrorista –probablemente cabecilla– como fuera, había que darle muerte sin dudar.

No tenía elección. Cuando se quiso dar cuenta estaba rodeada de militares con el comandante jefe delante de él. ¡Ahora sí que te tenemos desgraciado! ¡Vas a caer como una cucaracha que es exactamente todo lo que eres! Aquellos árboles que generaban viento habían dejado ya de hacerlo y reinaba una paz muy poco habitual. Maaaaadreeeee! No pudo volverse a responder, era mucho mejor así. Tenía la cabeza entre las manos y estaba de rodillas, sintió una fuerte patada en la espalda dada con el único fin de que se enderezase, cosa que hizo a duras penas tanto por el golpe como por el dolor ya producido que era indescriptible.

— ¡Pelotón! Apunten...como se volvió a caer recibió ahora más patadas de tres soldados que debían ser los que dirigían el batallón, ahora por todo el cuerpo y también en la cara, puñetazos y golpes sin parar. Se reían. Uno decía: espía ahora, espía desgraciado. Y ahora, ¡qué tienes que contar! y repetían de nuevo los golpes, incesantemente, uno tras el otro con verdadera saña.

—¡Pelotón! Apunten...Sonó un fuerte disparo.

— ¡Alto! Pero ¿qué hace soldado? Preguntó el Coronel López Moreno. ¿No han pensado ustedes que si le matamos no podemos enterarnos de nada? ¿Es que no piensa usted con la cabeza?, nos será mucho más útil vivo, así sabremos dónde están los otros terroristas del comando.

— Llévenle ahora a una de las cámaras para interrogar. ¡He dicho ahora!

Gritó el coronel con tanta fuerza que sonó eco en el verde bosque. Y que antes le vea un médico. El lugar era ciertamente inhóspito por la evidente frialdad de la situación, pero hermoso, mucho, como lo son la mayoría de los edificios que la Iglesia tiene para fines religioso-militares. El espía como así le llamaban, en ese momento necesitaba un médico con urgencia, sangraba por todas partes, tenía la cara destrozada y apenas se tenía en pie, pero, aunque irreconocible, al menos estaba vivo. El aborto de disparo que el Coronel López Moreno había impedido, le había salvado de morir, un tiro certero para seguir vivo aunque en malas condiciones. En ese momento deseaba la muerte más que nada en el mundo. Preso por el enemigo, mejor morir. ¿Qué otra cosa podía desear más?

— Usted no entrará solo Doctor Urrutia, — afirmó el Coronel que clavaba los talones de sus botas con el aire marcial característico —. No voy a permitir que examine usted solo a este prisionero, se hará todo en mi presencia, la última vez ya tuvimos problemas con aquel etarra que se le fue la mano, ¿no le parece?

Cuando entró el Coronel López Moreno y vio al prisionero, sintió un golpe tremendo, una sacudida del corazón que a esas alturas de la vida, no se podía permitir. Pese a haber sentido ese trallazo en las entrañas se aguantó, como siempre, sintió el golpe sin duda, con una fuerza inusitada: era la emoción. El Coronel sabía disimular perfectamente cualquier situación con aquel rostro hierático que tenía, hierático pero hermoso, mucho. Cómo habían cambiado las cosas desde la última vez que se vieron. Pensaba aquel hombre no sin razón. Su mano, de nuevo siempre escondida bajo el cobijo de un guante de cuero le daba una apariencia casi perfecta.

— No hace falta doctor que desnude al prisionero (dirigiéndose al médico) ¿es que no puede curarle así?

— Tengo que quitarle la ropa, los golpes le han destrozado la espalda, -respondió el médico.

En ese momento sintió el frío contacto del revólver Star modelo S de 9 milímetros fabricado en Eibar sobre la sien derecha, apenas se atrevía a mirarle. ¿Qué hace usted? – dijo al Coronel, que era quien le apuntaba.

Con su arma firme en la cabeza del médico y con su voz habitual y potente dijo:

— He dicho que examine al prisionero sin quitarle la ropa, porque no hace falta.

— No puedo hacer eso que me pide, insistió de nuevo el médico.

La voz le temblaba era un superior y no podía discutir ninguna orden.

— Está bien, dijo, intentaré examinar al prisionero sin hacer nada más que ayudarle en lo que pueda, aunque, francamente, esto no tiene gran arreglo, es mejor dejarle morir.

— Eso…es imposible, -afirmó López Moreno con ira contenida.

El Coronel López Moreno no le quitaba ojo, tenía cargado el revólver y a punto estaba de disparar con sus cartuchos Kratak y lo hubiera hecho fácilmente y sin pensar en nada más, claro que lo hubiera hecho. Sentado se encontraba delante del cirujano médico con los brazos cruzados al igual que sus piernas. La espalda recta, la mirada fija a pesar de su parche.

— Lo siento, pero el prisionero tiene la cara destrozada, tiene fractura de nariz y desviada la mandíbula. No sé si tiene visión en el ojo derecho.

El coronel sentía que su alma se partía, pero lo disimulaba perfectamente. ¿Habla usted nuestro idioma?

— Claro que sí, desgraciado, increpó el prisionero. El médico devolvió la mirada al coronel que seguía hierático delante de los dos.

— Debe ser joven o de un país raro, uno de esos comunistas o anarquistas que quedan suelto, en definitiva, un desgraciado, -asintió el médico.

— ¿Y porqué cree usted eso? Le preguntó el general. Usted piensa que lo que acaba de hacer este criminal lo hace cualquier desgraciado? Va usted mal, estimado Galeno. Creo que no es asunto suyo diagnosticar la procedencia ideológica de este hombre, ni plantearse absolutamente nada. Asunto suyo es curarle lo mejor posible sin tocar nada de su cuerpo y callar.

— Digo –tosiendo un poco- que este hombre no es de aquí porque tiene una piel muy, muy como diría yo delicada, debe ser muy blanco a juzgar por los hematomas que le han salido tan solo dos horas después de haber recibido los golpes.

— Muchas razas hay que son así, algunos judíos son así, dijo el Coronel López Moreno, ¿no se acuerda usted ya de la guerra? Judíos y polacos y gallegos y qué se yo. (daba un golpe en la mesa de quirófano).

El prisionero apenas si podía moverse, iba vestido con camisa negra y pantalón de pana marrón oscuro, botas de militar. El pelo oscuro contrastaba excesivamente con el color de la piel que era en efecto muy blanco, aunque ahora estaba todo amoratado. Tenía sangre en la cabeza que se había mezclado con barro al caer en el suelo varias veces. Su rostro en ese momento era prácticamente irreconocible, sus manos de largos dedos muy blancas sangraban sin cesar al haber recibido varios impactos de disparos durante la huida, tres dedos destrozados al explotarle —según habían comprobado — una de las granadas que no dejaba de lanzar contra la expedición que le perseguía.

— Bien, -habló el médico-, si usted quiere salvarle la vida, tengo que operar inmediatamente las manos de este prisionero para extraer la metralla y parar la hemorragia que tiene entre los dedos índice y anular.

— ¡Haga lo que tenga que hacer y hágalo con anestesia!, repuso el Coronel López Moreno en una orden dada al médico seca y dura.

— ¡Yo no tengo anestesia doctor!, -ordenó el Coronel, ¡abra ese maletín que guardamos aquí para cuando cae uno de los nuestros!

El doctor tembloroso miró de nuevo al general que en ese momento encendía un cigarrillo y contestó:

— no se preocupe, se hará como usted diga.

El doctor Urrutia se había dado cuenta perfectamente de que el prisionero interesaba especialmente al Coronel López Moreno, lo cual no dejaba de intranquilizarle. El coronel sabía algo, por eso estaba allí.

— Bueno, de lo que no cabe duda es de que este hombre está en forma. Ha venido no se sabe cómo desde San Sebastián y lleva corriendo por los bosques dos semanas.

Aquellos bosques franceses tan verdes, a veces se hacen negros aunque sea de día, son lo más parecido a los lugares de brujas, especialmente cuando hay que dormir en ellos, los ruidos se multiplican, la inquietud crece, el miedo invade el cuerpo casi paralizándolo.

Dos enormes praderas delante de la fachada dividían la entrada del Chateau Piedouault ubicado en Bayonne, 54 kilómetros lo separaba de San Sebastián, una distancia que había sido avanzada a marcha por el prisionero, agente o lo que fuera aquel maldito hombre que tenía de cabeza a toda la policía e incluso al ejército.

El Coronel conocía especialmente bien esa zona pues durante la guerra anduvo por allí capturando judíos, rojos e insurrectos. A la izquierda un gran aledaño del castillo cerraba en un ángulo el Chateau propiedad del Coronel. Una propiedad que le había regalado durante la guerra un colega alemán que la compró durante la ocupación. Enormes ventanas con frisos de clasicismo otorgaban un panorama absolutamente grandioso al edificio. En una esquina y a la derecha e integrado en el edificio una virgen ofrecía sus manos al futuro a lo desconocido. A la izquierda un enorme escudo de los antiguos propietarios, la saga de los De Labrounier, algo deteriorado. Un edificio de tres plantas enorme podía albergar entre sus paredes un auténtico regimiento. Había sido sede de los alemanes durante la resistencia francesa, después como se dice, adquirido por el Coronel.

Desde la entrada principal una escalera hacia donde se permite conocer la disposición de la primera planta. En total el Chateau contaba con unos cinco mil metros de edificio habitable y un millón de hectáreas entre campos y bosques. En la planta baja nada más abrir la gran puerta de la entrada se encontraba un gran recibidor, de frente la gran escalera, a la derecha la biblioteca y el salón de reposo donde había un billar con puertas enormes de salida al jardín…y un piano. A la izquierda del recibidor el comedor que con sus puertas miraba a la zona de cocinas y gentes que trabajaban allí.

Hélène dormía en la primera planta, una gran habitación con un cuarto de baño integrado, era lo único que se reservaba para ella sola. Su habitación tenía un pasaje directo a un gran salón, al lado de este, otra gran sala de baño y toilette aparte configuraban la parte de la derecha. En esta primera planta existían tres grandes salones, uno de ellos lo tenían como sala de música. Desde las enormes ventanas se podían ver las hermosas praderas impecables siempre donde la vista se perdía en el fundido del verde con el correr de los animales característicos de la finca, conejos, patos, ciervos...que por cierto se comían lo sembrados. Hélène era según había confesado en su momento López Moreno, un familiar suyo lejano, una tía alemana que se había casado con el hermano de su padre. En realidad, no era eso, Hélène era la madre del Coronel.

Había que matar a todos los cuervos que venían a la finca con mucha frecuencia porque eran todavía mucho más voraces con los sembrados que las propias ratas. López Moreno se entrenaba matando cuervos con frecuencia cada vez que iba a lo que era su residencia de verano. El sol se ponía en este lado del castillo y a veces especialmente los meses de junio y julio había luz casi hasta las once de la noche. Era un privilegio tener esas ventanas tan enormes, pues en Francia y por una cuestión histórica las casas configuraban la amplitud de las ventanas en función de los impuestos que tenían que pagar, por lo tanto, una casa con las ventanas tan descomunalmente grandes solo podía pertenecer a la aristocracia. Esto le daba una sensación de bienestar insólita al Coronel, quien en realidad y como “mutilado de guerra” podía haber pasado a la reserva, si bien, Franco le tenía en excelente consideración en todo y además en asuntos de seguridad.

Piedouault era como una pequeña ciudad, un fuerte, un Chateau que como la palabra indica significa ser la casa principal de una enorme finca, en la que también se hallaban las casas de los granjeros, y de otros habitantes del lugar. Era una especie de pueblo autosuficiente.

En los bosques de la finca se podía encontrar de todo, Hélène decía siempre que eran esos árboles enormes, majestuosos los que producían el viento, que primero hablaban entre ellos para ponerse de acuerdo y que después comenzaban a producir zozobra a todo el mundo con sus ruidos y maneras de ponerse en movimiento. La verdad es que cuando había tormenta de viento, los árboles daban miedo.

Elisa, tenía una hermana que se llamaba Hélène y que vivía en un Chateau en Bayona, había tenido por hijo a López Moreno y ya se explicará su historia. Ellos mismos –Hélène, Elisa, Benito- y tantos otros, habían colaborado con la célula instalada en Madrid para que se realizaran algunos de los atentados que hasta el momento no habían terminado con los objetivos de la causa.

Hèlene como verdadera madre del Coronel y entre los que lo sabían del pueblo, era una casi francesa que fue muy respetada durante la ocupación y que en su día fingió su muerte para poder escapar de España, siendo madre de un Coronel del movimiento. Después colaboró con los disidentes españoles para las guerrillas contra los alemanes con el fin de liberar Francia durante la ocupación de los boches.

Cuando Francia fue ocupada y bajo la tutela de Hélène se habían organizado perfectamente en Piedouault: En las dependencias de la Granja se habían instalado diez familias, padres, hijos y algún abuelo que trabajaban incesantemente en la tierra. Hélène ejercía como maestra y se encargaba de enseñar durante cinco horas cada día e incluidos los sábados a todos los niños, más de cuarenta de la propiedad. Una o dos veces por semana ella misma daba conciertos en el piano, colaborando en los repertorios algunos niños con sus flautas y violines. Se podía decir sin miedo a equivocarse que aquello era un paraíso de autosuficiencia y de armonía en medio de la podredumbre de una guerra. La familia de Hélène, todos los De la Labrounier vinieron a vivir a Piedouault y la tercera planta de la casa se reservó para todos los niños, ocupando las habitaciones y organizándose como en pequeños regimientos. Cuando la guerra terminó marcharon a Inglaterra. Hélène se quedó porque se había ganado la confianza de todo el pueblo.

Una vez que el Coronel sin moverse de aquel habilitado “quirófano” de su casa de Piedoualt supervisaba la cirugía de Urrutia sobre el cuerpo del anarquista, le ordenó salir. Era el jefe de un comando revolucionario que tenía ya algunos miembros en Madrid. El atentado del Valle de los caídos había conmocionado mucho a la población y por supuesto a Franco y el Estado al completo quienes estaban nerviosos. Las siete detonaciones de San Sebastián fueron hechas con auténtico dominio contra Franco, y cualquiera hubiera distinguido las manos de Sonia Burgos en cualquier lugar, hasta con los ojos cerrados, por supuesto sobre aquellos explosivos, ¿quién sino ella podría haber preparado una acción así?

Una vez que el doctor Urrutia terminó dijo al Coronel:

— Señor mi trabajo ha terminado por el momento, solo queda esperar, pero con franqueza las esperanzas son muy pocas…a pesar de todo lo que he hecho, no sé si tendrá visión en el ojo, no sé si los daños en el cerebro serán reversibles…No lo sé. Se han ensañado con esta persona, completamente.

— Bien, muchas gracias Doctor. ¿Ha visto usted algo señor? —repuso el Coronel.

—Señor, cómo dice.

— Sí, que si ha visto algo, pues no usted no ha visto nada ¿estamos? Dijo el Coronel al cirujano. Usted ha hecho su trabajo de desplazado en Francia con el comando de la Guardia Civil para capturar a los anarquistas que intentan acabar con el régimen, y por ello quieren terminar con Franco.

— Claro, claro, señor. Siempre a sus órdenes, señor.

El doctor Urrutia era alguien en quien se podía confiar, su altruismo profesional, su bondad hipocrática estaba por encima de las cuestiones políticas o emocionales. Era un verdadero médico pero también era verdad que había colaborado ahora mismo con la insurrección y en el fondo le daba igual, tan solo le preocupaba su familia. A fin de cuentas, el Coronel le había garantizado seguridad.

Hélène entró en la pequeña sala habilitada todavía como en los tiempos de la guerra y que su hijo el Coronel había querido conservar y habló a los militares que custodiaban el Chateau:

— Muchas gracias señores, pueden irse a dormir. Les dio vino hasta arriba con somníferos. Todos durmieron profundamente. Aprovecharon para coger el cadáver de un joven del pueblo que recientemente había muerto y lo cambiaron por el cuerpo de Sonia. Al día siguiente, el Coronel dijo a sus hombres y a los gendarmes:

— Lo siento, el asesino ha fallecido esta noche. Despidió a toda la compañía dando por resuelta la situación. De momento tanto el Coronel como Sonia estarían a salvo una temporada antes de volver a intervenir.

López Moreno era uno de los mejores agentes soviéticos que fue condecorado por el Politburó especialmente por colaborar con el Partido dejando suceder los atentados en España, preparando el camino de todo el servicio de espionaje ruso. López Moreno además de detectar a los traidores del Comunismo, identificar topos o coordinar policía secreta, había proporcionado información privilegiada para los soviéticos. El descubrimiento del túnel que americanos y soviéticos querían cavar hasta Berlín Este para controlar todas las llamadas telefónicas fue otro de sus grandes hallazgos. Sonia Kruschev jamás en su vida hubiera pensado que el Coronel fuera uno de los suyos.

¿Quién llevaría la contraria a un Coronel?

Sonia volvía a Moscú.