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LA CAUSA
Una novela por entregas de
Rosa Amor del Olmo
Sonia una joven burguesa madrileña descubre el día de su cumpleaños que su casa está vacía, sus familiares han desaparecido de la manera más extraña. Tiene que abrir un Diario que alguien dejó a la vista en el día de su aniversario. Sorprendida en su propia casa por los Servicios de Inteligencia del Gobierno, la Brigada Político Social (CESIBE), tiene que comenzar una aventura de espionaje, donde Federico Sánchez, Santiago Carrillo, el doctor Poole o el Teniente Coronel Aguado formarán parte directa de su vida.

Una maraña de causalidades entre combatientes de la resistencia en Madrid, descubren a la protagonista una verdad desconocida para ella. Un viaje de pesquisas a Moscú hará de Sonia una nueva persona, afrontando acciones asombrosas al lado de un Nikita Jruschov en decadencia. Los acontecimientos girarán alrededor de un gran todo que es: la causa, donde el fin justificará los medios.
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Capítulo VII


(Tiempo de lectura: 8 - 16 minutos)

El doctor Massip, era por aquel entonces un afamado médico especialista en oftalmología que tenía su consulta en la misma calle de Velázquez de Madrid y en el mismo edificio que nuestra amiga Sonia. Eran vecinos. (Ya lo sabemos dirá para sí el lector). Vecinos de siempre, de los de toda la vida, de esos que se saludan y tienen detalles los unos con los otros. Por aquellos años era frecuente que se desarrollaran tertulias en casa de alguno de los habitantes de un determinado bloque. Todos eran lo que eran, es verdad que la del cuarto, la señora Helga cuñada de Massip, era la más rara de todas. Alemana ella, con una fisonomía que más parecía hombre que mujer. Siempre saludaba con ese Guten Morgen tan marcial pero nunca bajaba a tertulias ni reuniones del vecindario. El inspector Gómez Acebo vivía frente al número en la misma calle de Velázquez, casi pared con pared con Sonia en su nueva personalidad de Salvador. Tenía bajo control lo que se podría decir como Todo. De Helga siempre se sospechaba, pero en realidad nadie sabía por qué.

En la casa-consulta de Massip y de su hijo el joven oftalmólogo Joseph Massip -el candidato más correcto para Sonia- había un mayordomo que se encargaba de abrir la puerta, de entrar a los pacientes y de todo lo que se terciaba, siempre dispuesto a colaborar. Era el hombre algo parco en vocabulario, no muy alto, campechano como desvelaban sus coloretes, muy servicial, discreto y sobre todo bueno persona. En esos tiempos, la piel tostada era de ser de pueblo. Él sentía mucha admiración por Massip, casi “su amo” pues aunque entre ellos y como era lógico no hablaban de intimidades, desde que se afincó en Madrid hacía ya 20 años, no había conocido mejor y más reputado médico que aquel para quien trabajaba. Eso sí, poco sabía de su vida anterior y cuando alguien le preguntaba dónde había estudiado y otras cosas de médicos, siempre se hacía el esquivo.

Como fuera, el galeno era por aquel entonces alguien bastante reconocido en la profesión por sus grandes hallazgos en la retina, en el glaucoma, en implante de lentes, y sobre todo en trasplantes. El mayordomo, Antonio, estaba muy agradecido porque había operado a su mujer y a su sobrina y habían quedado muy bien. Además no les había cobrado nada y eso era muy de agradecer. El propio Antonio en ocasiones hacía las veces de enfermero y con cariño le ayudaba a pasar esas enormes e inacabables consultas donde parece que no habrá más mañana para hacer lo mismo.

Cuando Massip terminaba, se marchaba con sus amigos –viudo él- a airearse y a cenar por ahí, con amistades o compañeros. Las relaciones públicas, salir por ahí, cenar en restaurantes por aquellos tiempos de Madrid era de suma importancia y más entre las clases burguesas pues disfrutaban de su bienestar saliendo y entrando, eso era característica sine quanom de las gentes “de bien”. Los Burgos también tenían esa costumbre, claro. Joseph prefería trabajar en el dispensario de Lavande-Terrier y en otras consultas, antes que con su afamado padre. Sonia le apreciaba por ello y por otras cosas más. Sus gafas a lo Lenin, sus abrigos invernales hasta los pies, la forma excelente en la que hablaba, con una prosodia que encandilaba a cualquiera.

Por aquellos días la vida transcurría con aparente sencillez y armonía. Esto solo era como suele decirse para la galería, porque lo cierto es que bajo una apariencia de tranquilidad, de falsa apariencia, por debajo subsistían grandes y pequeñas historias, tragedias difíciles de resumir. Todo un entramado de dolor, de familiares lejos de los que apenas se sabía nada, grandes cantidades de población se habían marchado del país, mucho más de medio millón de los mejores españoles y profesionales, cátedras enteras de profesores, cátedras enteras de medicina, escritores, pintores, campesinos, revolucionarios, ideólogos, gentes sencillas, de todo. Y la mayoría de la misma familia, uno de un bando, otro del otro. Una canallada. Cada quien hizo lo que pudo hacer, sin más…y al olvidar. A partir de ese momento no se volvió a hablar más en las familias de nadie.

Durante este periodo o segundo franquismo, se produjo un cambio en la oposición al Estado dictatorial que dejó de estar protagonizada por las organizaciones políticas clandestinas para pasar a serlo por los movimientos sociales, como el movimiento obrero ―columna vertebral de la oposición, y por tanto el más represaliado y el que más sufrió la violencia gubernativa―, el movimiento estudiantil, el movimiento vecinal, etc., cuyos activistas actuaban ―en la medida de lo posible― públicamente, forzando los límites de la legalidad y esgrimiendo reivindicaciones concretas que podían conectar con una amplia parte de la población. A raíz de este cambio se produjo también la aparición de nuevos perfiles de detenidos, con obreros y estudiantes a la cabeza, pero también los acompañarían profesionales liberales, intelectuales y sacerdotes de base. Con la fulminación de tanto héroe clandestino desde que apareció el profesor Salvador por Madrid, poco a poco fueron cambiando las tornas.

Desde el punto de vista de la represión franquista, el periodo se inicia con la promulgación por el general Franco de la Ley de Orden Público de 1959 que vino a sustituir a la Ley de Orden Público de la República. La ley ―que mantenía la jurisdicción militar para todos los delitos que afectaran al orden público― sirvió para legalizar los estados de excepción que se decretarían en los años 1960 y 1970, seis veces en determinados territorios y tres veces en la totalidad del país. En todos ellos, excepto en una ocasión, se suspendió el artículo 18 del Fuero de los Españoles que fijaba el límite de 72 horas en que una persona podía estar detenida antes de ser llevada ante el juez. Así durante los estados de excepción la policía podía actuar aún con mayor impunidad para acabar con las «actividades extremistas». Se trataba «de una dictadura dentro de otra».

Benito le había relatado a Sonia que cuando te trincaban, te ponían en celdas aisladas, te llamaban a deshoras, continuamente. No te dejaban dormir. Te amenazaban haciendo ver con la pistola que te iban a disparar. Le había mostrado su barriga negra de los golpes, golpeado con la punta de los dedos repetidamente, y que te hace un dolor terrible. “Bueno, aguantas, pero te causa un dolor terrible” ―le contaba por carta con letra invisible y encriptada a Sonia. Después, bueno, todo tipo de vejaciones, patadas, ruedas, el bueno y el malo… en fin, la escuela de la tortura.

Massip se levantaba cada mañana a eso de las ocho y lo primero que se tomaba era una cerveza pues según él, era el lúpulo la mejor bebida que existía en el mundo para avivar las energías. Tras salir a dar un paseo por el barrio, regresaba a las 10 de la mañana hora en que comenzaba la consulta. Por la mañana tenía todos aquellos pacientes asegurados de grandes empresas Hidroeléctrica y tantas otras, en su mayoría trabajadores, accidentes de trabajo…los miércoles y viernes tenía quirófano y por las tardes los pacientes privados. Qué cantidad de accidentes en el ojo, ¡esto es increíble! Decía muy a menudo. Esa consulta siempre estaba llena. Claro, el doctor Massip tenía cinco hijos con lo que todo el dinero que ganaba que era bastante, resultaba poco para tanto pollito necesitado, además de los gastos enormes que tenía él. Esa era la verdad.

Lo cierto era que los pacientes le adoraban, algunos que no tenían medios, sacaban peculios de donde fuera, así era el saber hacer de aquel doctor, madrileño de adopción aunque de ascendencia aragonesa.

Siempre con buen humor y buen talante Massip trataba a sus pacientes con extremada amabilidad y tacto a la hora de darles alguna mala noticia. Era lo que se puede entender como un dandi, vestía siempre con elegancia estudiada y ropa que resaltaban su caballerosidad. Un hombre siempre impecable. Un día de primeros de año de 1968 vino a su consulta una paciente alemana, vecina o amiga de una de sus pacientes más exquisitas, Laure Faurner. Quedaron todos algo estupefactos al escuchar como Massip hablaba alemán. Nuestro mayordomo Antonio y aunque no era un hombre de grandes luces, ejerciendo su mayordomía de súbito comprendió algo en lo que nunca había reparado y que ahora observaba con cierta sorpresa y era que ese hombre que reía con aquellas dos mujeres en el idioma teutón, el doctor Massip, hablaba un alemán perfecto, vamos que era su lengua, ese doctor no era español en absoluto, era alemán. Antonio quedó estupefacto especialmente por no haber reparado en ese detalle que ahora y sin saber por qué le estaba poniendo más que inquieto, francamente nervioso.

Antonio sí que había estado en la cárcel a causa de sus ideas políticas pero, gracias a un buen amigo en la policía se pudo borrar todo su pasado de militante pues de no haber sido así, sin duda que el doctor Massip de haber sabido que otrora su mayordomo fue un rojo, en lugar de un paleto venido del pueblo a buscar el pan, jamás le hubiera contratado. A partir de ese momento se estableció para Antonio un antes y un después en su relación con aquel médico a quien servía.

Uno de los días en que se había estropeado el ascensor, se dispuso a subirles las bolsas a Massip, cuando se cruzaron con la vecina Helga. Massip le habló también en perfectísimo alemán. Semprún alojado tantas veces en casa de Carmen y Julio, cruzándose con la tal Helga, hablando con Massip…¡Cuánto riesgo! Había que dejar de venir clandestinamente al menos una pequeña temporada. El hijo de Benito, muerto, otros estudiantes, tantos, apaleados en las cárceles. El pobre Antonio, ese día no puedo dormir pensando lo peor, que aquel avezado médico o era alemán, o habría estudiado la carrera en Alemania como lo había hecho Negrín, o algo pasaba. Si hubiera sabido Antonio las cosas que había hecho su “afamado doctor” hubiera muerto de la impresión. Lo que pasaba era que todos los nazis huidos parecían estar allí custodiados por Massip y el ya difunto Gabrielito ¡Terrible!

Una vez ejecutada las varias masacres ideadas por Salvador (Sonia) quiso quedarse “a gusto” y aunque no estaba previsto, asaetó a tiros a Gabrielito. Le dejó tirado en la esquina de Velázquez con la calle Goya. Como se ha relatado, cuando volvieron de la conferencia, Sonia subió a su piso y cerró su puerta. Se cambió para estar más cómoda. Gabriel entró porque se había hecho con una llave. Para ser creíble, Sonia mató a parte de sus compañeros, a otros les dio su “veneno” con el antídoto al lado. Fingió algunas muertes, otras no se pudieron fingir, la del hijo de Benito que ayudaba en la imprenta y que hacía de enlace, nada se pudo hacer. Llegó tarde. Así era lo clandestino, ni siquiera el propio Benito sabía que su hijo estaba también en la ilegalidad. Cuando Benito vio el cuerpo de su joven hijo afirmó:

— No pasa nada, el fin justifica los medios y hay que morir por la causa. Siento orgullo de ti.

Con Gabriel, Sonia una vez que se sintió descubierta y tras zafarse de un intento de violación de aquel enfermo que quería violar a un hombre, pero que le dio igual descubrir que Salvador era una mujer, optimizó todo su aprendizaje y con verdadera saña mató a Gabriel y le dejó tirado a escarnio de todos en la calle. Filtró la noticia para que no se ocultara.

El Coronel López Moreno, quedó alfo extrañado con aquella muerte de uno de sus enlaces, pero por otra parte no le importó gran cosa.

Moscú meses después

Cuando salió de otra entrevista más con aquel hombre Coronel que tanto le había atraído sin saber muy bien por qué, cayó en la cuenta de que sabía demasiado de todo. ¿Por qué sabe mi genealogía? Siempre le daba vueltas a esto, luego cambiaba de idea. El Coronel estaba orgulloso, había superado con creces las expectativas sobre Sonia. Ella era un verdadero valor.

Llegó en un vuelo casi siniestro a Moscú después de que López Moreno la dejara en la misma puerta del avión diciéndole: cuidado señorita Burgos, mucho cuidado con no hacer las cosas bien. Como si se parase el tiempo Sonia dijo:

— lo tendré señor, tendré cuidado.

— Sí, por favor.

Ese “por favor” le sonó a Sonia como algo desesperado que le halagó en su orgullo femenino, como si se preocupase por ella después del martirio al que le habían sometido en el maldito entrenamiento de Zaragoza incluido además el perfeccionamiento del aprendizaje del idioma ruso. Llevaba una paliza tremenda de esfuerzo, tras su estancia “de prueba” en Madrid. Porque para lograr su cometido no fueron tres meses sino ocho los que estuvo preparándose. Al final, se le permitió despedirse de sus padres con normalidad, con armonía, sabiendo que se quedaban contentos y que además y “por azar” algunos éxitos añadidos les habían sobrevenido en esos días. Les dijo que marchaba a Italia a terminar su tesis doctoral. Elisa quedó más o menos contenta, no tanto Juan Santiago. Los éxitos, los encargos de nuevos productos, exposiciones, reseñas en periódicos que hablaban de Lavande-Terrier como la mejor empresa española, entrevistas…por lo menos estarían ocupados y felices. Dejó en un hueco del ascensor una carta a su padre Juan Santiago con unas claves. Sonia iba a realizar un sacrificio y lo hacía porque sabía que sus padres la querían mucho. Juan Santiago, también sabía por todo lo que estaba pasando su hija, pero no podía hacer nada, salvo contactar con algunos enlaces en Europa y en Rusia, para que cuidaran de su amada hija.

Vagabundeaba por las calles sin ir a ninguna dirección concreta, tal era la angustia que le perseguía que apenas si podía respirar, jadeaba sin parar e incluso llegó a pensar que en aquellos instantes perdería la vida, eso es miedo- se dijo así misma. Aunque Moscú es muy antiguo, no es la ciudad más vieja de Rusia. Ese honor le había correspondido a Kiev, si bien en un tiempo fue un vasto dominio que llegaba hasta el río Volga, al nordeste. Kiev en aquel instante a Sonia Burgos le pareció horrible, no encontraba salida a su desazón que era en este caso absoluta. Cuando caminaba por aquellas emblemáticas calles, Sonia Burgos pudo ver el lugar donde se bautizó en el siglo X el último príncipe pagano de Rusia, Vladimiro I, pidiendo desde allí al Patriarca de Constantinopla que mandase misioneros para cristianizar a sus súbditos. Tomaba sus notas como buena periodista, “investigando para su tesis”. Los soberanos de Kiev dominaron a Rusia por espacio de 300 años, pero a fines del siglo XII su hegemonía pasó a los príncipes del norte y finalmente a los moscovitas. Sin duda todas aquellas palabras que no eran más que palabras venían ahora a atormentar su mente plagada de irrealidades y de sinrazón.

Sonia Burgos sabía que el origen de Moscú había sido el de un pequeño poblado en las orillas del río Kremlin. A mediados del siglo XII rodeado con una muralla, y en el siguiente siglo Daniel Nevski, hijo del príncipe Alejandro Nevski, Gran Duque de Kiev, fundó el principado de Moscú, núcleo del que después surgió la Unión Soviética. Desde esa época hasta 1965 la ciudad había crecido a saltos espasmódicos para ir al mismo paso que el imperio del que fue el centro, si no siempre la capital. Continuaba con sus notas y escribía: Aquí convergen las antiguas rutas comerciales, los ferrocarriles, las vías fluviales y las líneas de comunicación para formar un gigantesco centro nervioso. De aquí –se decía — parten los correos del Partido Comunista, los telegramas y llamadas telefónicas, los periódicos y radiodifusiones que dirigen y guían a todo el Imperio Soviético.

El corazón de Moscú gris casi todo el año, seguía siendo el Kremlin, cuyos primeros muros de piedra fueron erigidos por el gran duque Demetrio Donskoi en el siglo XIV. Sin embargo, la sólida muralla de ladrillo rojo que encierra la fortaleza medieval fue construida en el siglo XV, durante el reinado de Iván III, quien empezó a cimentar con piedra en gran escala, invitando a constructores y arquitectos extranjeros, en su mayor parte italianos, para levantar el complejo de palacios y catedrales donde Stalin y sus sucesores recibieron a los gobernantes del mundo entero. El caso es que como suele suceder con las mentes que han viajado aquí y allá –esta era Sonia — gracias a la situación de vida burguesa en la que había sido educada, comparó la muralla moscovita con la de Odayas de Rabat o la de Toledo, mientras su agitada cabeza iba y venía como si nada. El mundo es un literal pañuelo.

Continuó con su relato, lo cierto es que desde Iván el pueblo ruso no ha dejado de sufrir y de perder sus vidas por causas ajenas, Sonia Burgos sentía que una parte de ella misma residía entre aquellos muros, entre aquel aire, en esas nubes, en la brisa o en el asfalto donde sus pisadas probablemente no habían tenido repercusión. En la cita que se sucedería al día siguiente, podría desentrañar grandes enigmas de su vida, quién era su madre, cómo es eso que le había dicho López Moreno de que sus antepasadas eran revolucionarias, cómo se habían educado esas mujeres, se acordó que un día entre sus cosas guardadas en un armario encontró insignias comunistas, emblemas masones…Tenía que desentrañar tanto. Ahora había llegado a Moscú, justo en el momento de cumplir 30 había recibido la carta de Kruchev, —¡madre mía! Se decía — nada menos que este hombre.

Un poco más lejos del Kremlin y bordeando las grandes avenidas circulares construidas en la época de Stalin –que Sonia Burgos añoraba tanto y sin saber muy bien por qué- estaban los nuevos edificios de apartamentos de 10 y 15 pisos con sus fachadas adornadas con balaustradas, mosaicos y columnas, y cuyas paredes posteriores resultan una monótona extensión de ladrillos sin estuco. Más ladrillos, más estuco. Todo es gris, aquí. Era septiembre y en Moscú la lluvia y el fresco empezaban a dar señales de vida. Pensaba ella para sí, si este fresquito es ahora, ¿qué será de mí en enero? ¡Madre mía!

Al día siguiente tendría que encontrarse con el terrible Yuri Nosenko